La Democracia Fracasada


Introducción

En un ensayo anterior (Cefalek 2019) tratamos el populismo en su naturaleza, su anatomía, sus características. Ahora resta por explicar qué es lo que posibilita (y facilita) la existencia de algo tan nefasto. Algo así como un vampiro filantrópico que nos saca la sangre por nuestro propio bien. El tema del presente ensayo será: la democracia.

Es la democracia ilimitada la que posibilita a este monstruo; porque supongamos que exista un estado limitado que solo tenga facultades para inmiscuirse en temas de seguridad y justicia ¿A quién le importaría que existan los populistas? ¿Quién tendría un interés genuino en ser un líder populista si sabe de antemano que no podrá sobrepasar esos límites? El populismo es tan solo la herramienta que conduce a un autoritarismo de muchos. La base de esta herramienta es la democracia.

Como primera consideración hay que tener en cuenta que la democracia no es mas que un sistema cuya finalidad es hacer cambios de poder de manera pacífica. Ninguna otra cosa. Esto significa que no es condición suficiente para que un acto de gobierno sea legítimo. A lo sumo es condición necesaria. Esto se debe a que los derechos del individuo no están sujetos a votación pública; una mayoría no tiene el derecho de eliminar por votación los derechos de una minoría; la función pública de los derechos es, precisamente, la de proteger a las minorías de toda opresión ejercida por las mayorías (y la más pequeña minoría de la tierra es el individuo) (Rand 1961, 117).

Es lo que Hayek describía así:

“La trágica ilusión consistía en creer que adoptando procedimientos democráticos se podía renunciar a todas las demás limitaciones del poder del gobierno. Y así, se promovió también la creencia de que el “control del gobierno” por parte del cuerpo legislativo elegido democráticamente sustituiría a las limitaciones tradicionales.” (Hayek 1979, 368)

Ocurre que el sistema democrático, por si solo, es incapaz de poner coto suficiente a las pulsiones totalitarias que contiene todo estado de derecho en su seno. El leviatán por mas encadenado que esté sigue siendo tal, aunque que lo maneje uno o mil sigue siendo tal. Para que deje de ser un leviatán, hay que cortarle la cabeza. Estas fueron las palabras de José Benegas hace algunos años, nada cambió.

Hasta aquí podemos dividir el análisis en dos:

-La decisión de la mayoría.

-El poder legislativo.

 

La decisión de la mayoría

Para adentrarnos en este tema tenemos que remontarnos a obra de Rousseau. La sociedad, en su visión, se basaba en un contrato en el cual cada individuo se somete a la “voluntad general”, que sería una abstracción parecida a lo que los populistas llaman hoy “voluntad del pueblo”. Para esta doctrina, la entrega al poder de la autoridad que supuestamente encarna e interpreta “la voluntad general” debe ser completa. (Alvarez y Kaiser 2016, 61)

De este razonamiento extraemos dos concusiones: La primera es que toda la población queda sometida voluntariamente[1] a la decisión de la mayoría, aun cuando contraríe sus fines individuales; la segunda es que esta mayoría va a ser representada por alguien mas que, ya dijimos, no encuentra limite en las intenciones individuales. Aquí tenemos una trampa. No hay tal cosa como “voluntad de la mayoría” ya que no es más que la sumatoria de varias “voluntades individuales”[2]. Y si dijimos que esa voluntad de la mayoría (ficción), no puede ser contrariada por las voluntades individuales (reales) y, a su vez, será representada por una única autoridad, concluimos que esa autoridad tiene facultades ilimitadas en nombre de una ficción. Decía Hitler, justificándose:

“Hay verdades que están a la vista de todos que, precisamente por eso, el vulgo no las ve o por lo menos no las reconoce.” (Hitler 1924, 137)

Aún más, este hombrecillo no ignoraba lo frágil y manipulable que es esta “voluntad de la mayoría”. Decía que “la capacidad de asimilación de la gran masa es sumamente limitada y no menos pequeña es su facultad de comprensión, en cambio es enorme su falta de memoria” (Hitler 1924, 90). Con lo cual no solo es un sistema frágil, sino también propicio para las ideas autoritarias.

El poder legislativo

Como explicaba el párrafo que de Hayek que citamos en la introducción, existe la creencia de que un cuerpo legislativo elegido democráticamente es garantía suficiente. La pregunta es ¿Al legislador quién lo controla? “La Constitución”, dirá algún irresponsable. El problema de nuestra Carta Magna es que puede ser reformada en el todo o en cualquiera de sus partes, y cuando quien la redactó quiso advertirnos acerca de cómo podía ser derogada por la legislación común hicimos caso omiso.[3]

El poder legislativo tampoco puede ser ilimitado. No hay diferencia alguna entre la existencia de un tirano y trescientos veintinueve tiranos; el leviatán sigue siendo leviatán. Y menos seguro es si tenemos en cuenta su actual estructura. Todo pequeño grupo de interés puede hacer que se atiendan sus reclamaciones, no convenciendo a la mayoría de que estas son justas o equitativas, sino amenazando con no dar el apoyo necesario a ese núcleo de individuos que quieren construir una mayoría (Hayek 1979, 376).

Otro inconveniente es presentado por la periodicidad de los cargos y la elección popular. De esta manera, conceder gratificaciones a costa de alguien que no se puede identificar fácilmente se convirtió en el modo más fácil de conseguir el apoyo de la mayoría (Hayek 1979, 470), logrando así perpetuarse en el poder por un nuevo periodo. Nuevamente, es un problema de límites. Estas arbitrariedades se ven posibilitadas por dos ideas[4] falsas:

a) Todo es legislable

“Fatal es la ilusión en que cae un legislador cuando pretende que su talento y voluntad pueden mudar la naturaleza de las cosas, o suplir a ella sancionando o decretando creaciones”

Fueron las palabras de Bernardino Rivadavia el 8 de febrero de 1826, con motivo de recibirse de presidente. Casi dos siglos atrás ya era considerada absurda la idea de que todo se soluciona con leyes. Pareciera que frente a cada problema la gente propone que sea resuelto con una nueva ley no para asignar derechos mas eficientemente sino como puro reglamentarismo que, al mejor estilo masoquista, los lesiona; como si el chaleco de fuerza otorgara mayor capacidad de movimiento y creatividad. Bien ha expresado Planiol que “la inflación de las leyes se traduce en la depreciación de la ley” (Benegas Lynch (h) 1999, 45). Como consecuencia, no se pueden acatar todas las normas. Algunas, porque de ser acatadas, la vida en sociedad seria imposible; otras, porque simplemente el gobierno no cuenta con las posibilidades fácticas de hacerlas cumplir. Sencillamente creemos que es preferible destinar recursos a impedir homicidios que a controlar fake news.

b) La gente es propiedad del estado

Esta idea esta tan naturalizada que ni siquiera la notamos. Si un hombre especula sobre que debería hacer la “sociedad” (el estado) por los pobres, al hacerlo acepta la premisa colectivista de que la vida de los hombres pertenece a la sociedad (el estado) (Rand 1961, 92). O cuando se oye hablar de la “fuga de capitales”; la realidad es que el capital no se fuga, sigue siendo de su dueño solo que lo coloca fuera del país. ¿Por qué sería esto reprobable? Porque se parte de la premisa de que la persona pertenece al estado, junto con su patrimonio.

La diferencia entre una sociedad de hombres libres y una sociedad totalitaria consiste en que en la primera esto (administración) se aplica solo a una determinada cantidad de recursos destinados específicamente a objetivos del gobierno, mientras que en la otra se aplica a todos los recursos de la sociedad, incluidos los propios ciudadanos (Hayek 1979, 392). Mas triste es el panorama cuando esta idea se mete en un grueso de la población, completando así la formula que venimos advirtiendo (democracia ilimitada + populismo = autoritarismo):

 

“Por eso la gente joven se identificaba con un coro que decía de orgullosa sumisión:

Acá están, estos son

Los muchachos de Perón

Y las mujeres se sentían acaso liberadas del piletón, la prole y el Primus cuando voceaban:

Sin corpiño y sin calzón

Somos todas de Perón.” (Luna 1971, 448)

Conclusión

Solo queda por resaltar que esta crítica no esta dirigida a la democracia en sí, sino a su aplicación ilimitada como base del populismo. Compartimos con Hayek que, puesto que es el único método hasta ahora conocido para el cambio pacífico de gobierno, sigue siendo precioso y merece a pena luchar por él. (Hayek 1979, 466)

Bibliografía

Alberdi, Juan Bautista. Las Bases. Editorial Terramar, 1852.

Alvarez, Gloria, y Axel Kaiser. El Engaño Populista. Bogotá: Editorial Ariel, 2016.

Benegas Lynch (h), Alberto. Las Oligarquias Reinantes. Editorial Atlantida, 1999.

Cefalek, Por. La Gaceta Liberal. 23 de Enero de 2019. https://lagacetaliberal.blogspot.com/2019/01/populismo-la-ignorancia-como.html.

Hayek, Friedrich A. Derecho, Legislacion y Libertad. Vol. III. III vols. Union Editorial, 1979.

Hitler, Adolf. Mi Lucha. Landsberg am Lech: Editorial Temas Comteporaneos, 1924.

Luna, Felix. El 45. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1971.

Rand, Ayn. La Virtud del Egoismo. Plastygraf, 1961.

 



[1] En virtud de un contrato social, el cual no sabemos cuándo ni dónde se firmó.

[2] El uso de comillas responde a que no existe tal cosa como una voluntad que no sea individual.

[3] Nos referimos a la obra de Alberdi, Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina según su Constitución de 1853.

[4] La elección del término “ideas” responde a que este comportamiento no es exclusivo de los gobernantes.

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