¿Y el mercado donde está?


En los últimos días nuestros estimados estatistas encontraron un disparador ideal para sus críticas: la pandemia del covid-19. Con motivo de este flagelo que azota nuestra sociedad, se escucharon en reiteradas oportunidades expresiones como “¿y el mercado dónde está?” o “Ahí tenés a los liberales llorándole al estado”. Creemos que esta serie de agresiones se fundamenta en varios presupuestos que pasaremos a detallar:

1-      El desconocimiento del orden de mercado: Decir que “el mercado no está haciendo nada” o “el mercado se lavó las manos” es un antropomorfismo grosero que lleva a una confusión enorme. La otra confusión, también originada en un antropomorfismo, es sostener que el único que está ayudando hoy por hoy es el estado. No sé qué nos llevó a creer que el mercado son cinco tipos de traje y que el estado somos todos, y no al revés.

El mercado no es alguien, es un proceso. Quizás sea mejor usar términos como “orden de mercado” o “catalaxia”. Nos referimos a aquellos lazos que se forman gracias a los intercambios entre los individuos y que posibilitan una sociedad ordenada. Ese orden se forma por señales que permiten que dos individuos que quizás jamás se conozcan se puedan servir recíprocamente. Un supermercado en Morón sube el precio del alcohol en gel, esto genera que un individuo Caballito comprenda que la gente necesita alcohol en gel con más urgencia que otros productos y decide ponerse a producir. Ante el aumento de oferta del alcohol en gel, su precio disminuye. Eso es el mercado en acción.

2-      La función del estado: Ser liberal no implica ser un enemigo acrítico del estado, tiene otras implicancias. En el caso de estas emergencias, Hayek dijo “Pocos pondrán en duda que solo esta organización (el estado) puede ocuparse de calamidades naturales como huracanes, inundaciones, terremotos, epidemias, etc., y adoptar las medidas capaces de evitarlos o remediarlos”[1].

Lo que si constituye un abuso por parte del estado es arrogarse la facultad exclusiva de ayudar a los más necesitados. Pues aun cuando en determinadas circunstancias solo el gobierno pueda ofrecer ciertos servicios, no hay razón alguna para prohibir que organismos privados busquen nuevos métodos para prestar los mismos servicios sin acudir al uso de poderes coactivos[2]. En resumidas cuentas: nadie dice que el estado no pueda ayudar, lo que no puede es monopolizar esa ayuda.

3-      El desprecio por la caridad privada: en este sentido somos conscientes de que es una aberración hablar de “caridad privada”. La caridad solo se puede hacer con el dinero propio, con el tiempo propio y la energía propia. Hablar de caridad pública es un contrasentido, ya que se realiza con recursos que no le pertenecen al político de turno que se lleva los aplausos. Pero la confusión es tan grande que recurrimos a esta tautología.

En este ítem pretendemos señalar que pareciera que en la opinión publicada domina la idea de que el estado es nuestro único salvador. Cabe señalar que, a modo de ejemplo, haber sorteado la epidemia de fiebre amarilla de 1871 es un mérito privado. Esta había comenzado en enero cuando la densidad poblacional de Buenos Aires era de 190.000 habitantes, para el tres de Abril solo quedaban 60.000 (algunos estiman que fueron 45.000). Llegado ese punto, las autoridades recomendaban el éxodo: pasajes gratis, casillas de emergencia y vagones de ferrocarril como viviendas provisorias. En marzo de ese año se conformó la Comisión Popular de Salud Pública, como entidad ad hoc que funcionó enteramente con el aporte voluntario de los ciudadanos. Se llegó a recaudar la suma de $3.700.000 y durante más de dos meses peleo sin tregua por organizar una defensa, por auxiliar a los enfermos, por aliviar el alud de penurias que cayó sobre la ciudad. Para el once de Mayo, la Comisión Popular se convocó una asamblea general para tratar su propia disolución[3].

Por lo demás, solo corresponde tener siempre presente que las emergencias han servido a lo largo de la historia para limitar de forma permanente las libertades individuales. Si bien es correcto que en situaciones extraordinarias los gobiernos tengan atribuciones acordes, estas deben responder a al principio de razonabilidad. Es decir:

-          Las atribuciones extraordinarias deben ser lo menos lesivas posible al conjunto de derechos individuales.

-          Cada limitación de los derechos debe guardar una relación clara con el fin que se intenta alcanzar.

-          Las atribuciones extraordinarias finalizan junto con las circunstancias extraordinarias que les dieron origen.


[1] Hayek, Friedrich A. (1979). “Derecho, legislación y libertad” p. 422.
[2] Ídem, p. 417.
[3] Benegas Lynch (h), Alberto/Krause, Martin (1998). En defensa de los más necesitados” p. 374 y ss.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Día internacional del medio ambiente.

Parto de la razón argentina y no la encuentro